Dos cuadras de cola para entrar al Taipei Arena anticipaban de alguna forma que el espectáculo sería imperdible. Los protagonistas: Argentina y Estados Unidos, probablemente el rival más temido por todos, aunque no por los albicelestes, que en todo momento demostraron que estaban ahí para ganarlo y que dejarían hasta el último aliento para defender la camiseta.

Fue esa entrega la que despertó a la hinchada. En un estadio repleto, un puñado de argentinos se hizo escuchar bien fuerte.  Empezaron a cantar tímidamente y cuando el equipo empató el partido, en el segundo cuarto, se desató la locura.  La alegría argentina sorprendió a unos cuantos espectadores que filmaban a esos locos vestidos de celeste y blanco que cantaban, bailaban y hacían temblar al estadio para alentar a su selección.

Y aunque Argentina nunca se puso arriba en el marcador, al terminar el partido la hinchada agradeció de pie y con aplausos. Porque ser argentino es un sentimiento que no puede parar y porque los jugadores demostraron que salen a ganar y quieren salir campeones.

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